Santa Rita de Casia
La mística de la espina
P Raúl Díaz Corbo
Introducción
Querido lector tienes en tus manos el fruto de muchos años de trabajo de estudio e investigación cuidadosa y profunda. Espero que te ayude tanto como a mí. Rita es una buena compañera de camino, inseparable, hermana y amiga. Poderosa en la oración por gracia y querer de Dios. La Santa de los imposibles!!!
Para acercarnos a Santa Rita es necesario tener en cuenta antes que nada su contexto histórico, geográfico y espiritual.
Su vida transcurre en un espacio de tiempo que no es el nuestro. Para entenderla mejor y conocerla más profundamente es importante viajar con la imaginación y acercarnos a su cuna para recorrer lentamente el desarrollo de su rica existencia.
Verdaderamente Rita de Casia es una Santa muy amada. Muchas veces me he preguntado: ¿Por qué emociona tanto la fiesta del 22 de mayo? Y es que Rita toca nuestros sentimientos profundos.
Como buena monja agustina, Rita supo bucear en la profundidad de su propio corazón y ahora desde la Ciudad de Dios nos enseña a nosotros a hacer lo mismo: a vivir la vida en profundidad amando intensamente a Dios y yendo juntos hacia Él. La fiesta de Santa Rita nos pone siempre en relación directa con la Santísima Trinidad. Al Padre le damos gracias porque nos la regaló; al Hijo porque místicamente la desposó, dándole una espina de su corona; al Espíritu Santo porque la santificó en los diversos estados de vida.
A Rita le damos gracias porque su vida es un ejemplo que nos acerca a Dios Uno y Trino.
Rita niña, joven, esposa, madre, viuda, monja y anciana, nos enseña que la santidad no es cuestión ni de edades ni de estados de vida en particular. En Rita se hace palpable la llamada universal a la santidad, porque ella es, -según palabras de Juan Pablo II: “un testimonio significativo de la obra que el Señor realiza en la historia cuando encuentra corazones humildes y disponibles al amor”.
De camino a Rocaporena
En el corazón verde de Italia, la Umbría, nos encontramos con una pequeña aldea llamada Rocaporena que dista cinco kilómetros de Casia.
El camino a Rocaporena tiene una simple y particular belleza natural que el viajero no se cansa de admirar: el continuo serpentear entre los valles y los montes rocosos; el murmullo a veces suave del río Corno, que en algunos lugares de su curso moja casi tímidamente las piedras, cautiva la mirada del que pasa.
Cuentan los habitantes de Rocaporena que en la antigüedad una mujer llamada Porrina profetizó:
“De estas piedras graníticas saldrá a la luz una piedra preciosa que será grande… Multitudes vendrán a glorificar a Dios eterno. Y este angosto y pobre valle tendrá nombre sagrado en el mundo”.
Con el paso del tiempo los rocanos vieron el cumplimiento de esa profecía al darse cuenta que la pobre e insignificante Rocaporena se había hecho famosa en el mundo.
Ciertamente aquel “angosto y pobre valle” se convirtió en lugar sagrado.
Aún hoy se pueden ver las multitudes de peregrinos que acuden de distintas partes del mundo para glorificar a Dios y para darle gracias por el regalo que nos ha hecho al darnos a Santa Rita, piedra preciosa de Rocaporena y perla de la Umbría.
Rita, regalo del cielo
A mediados del siglo XIV vivían en Rocaporena Antonio Lotti y Amada Ferri dos buenos esposos que se amaban con entrañable afecto y llevaban una vida ejemplar.
En el Proceso de Canonización de Santa Rita leemos que los padres de ésta eran “muy dados a la oración y sumamente compasivos de las necesidades del prójimo, a quienes socorrían si eran pobres, visitaban si eran enfermos, o convencían de sus yerros e ignorancias, lo cual les granjeó el crédito y la estima que llegaron a conseguir…mereciendo por sus buenos oficios el glorioso dictado de pacificadores…”
Eran miembros de una institución que cumplía una importante misión social.
Los llamaban “Pacificadores de Jesucristo”, ya que su fin principal era el sosegar los odios tan abnegada tarea sólo podían pertenecer a los Pacificadores de Jesucristo personas verdaderamente cristianas, de fe profunda y de gran autoridad moral para armonizar a los querellantes.
Los años de la vida matrimonial de Antonio y Amada transcurrían y el sueño de tener descendencia parecía que no llegaría nunca a realizarse. Sin embargo no dejaron de confiar que para Dios todo es posible.
Estos fueron los padres de la Abogada de los imposibles y Santa de la paz y del perdón heroico.
La “margarita” de Rocaporena
En el año 1373 nace Rita y a los pocos días de nacida sus padres la llevan a Casia para bautizarla. Esta peregrinación de Rocaporena a Casia tuvo su sentido porque la actual y cercana parroquia de San Montano, en aquellos años, no tenía pila bautismal por ser capilla.
Al llegar a Casia subieron a la colina de San Agustín, entraron en la iglesia y se celebró allí el bautismo.
La bautizaron con el nombre Margarita. Como expresión de cariño, Antonio y Amada abreviaron su nombre llamándola Rita.
Margarita es un nombre latino que en su correspondiente griego significa: “perla”; el mismo indica también “flor del prado”símbolo de sencillez y humildad.
En la antigua lengua tibetana su nombre “Mauyari” quiere decir tres cosas: “campana”,“vida que florece” y “perla preciosa”.
“Margarita” en el significado tibetano de perla, perla preciosa, alude a una persona excepcional. Se le puede decir así a una mujer que se distingue por su belleza, sensibilidad, educación, afabilidad, inteligencia y honestidad de costumbres: una verdadera perla.
Es curioso darnos cuentas de las coincidencias etimológicas de su nombre con su vida misma, sin olvidarnos que en el momento de su muerte sonaron a fiesta las campanas y el pueblo la llamó: “Perla preciosa de Umbría”.
Abejas de ayer y de hoy
Narra la leyenda que, inmediatamente después de ser bautizada, abejas blancas entraban y salían de la boca de Rita sin hacerle daño.
No se duda de que este episodio de las abejas pertenece a la primera tradición ritiana, pero no hay necesidad de recurrir al hecho como un fenómeno sobrenatural.
De todas maneras no podemos olvidar el gran interés que manifestó el papa Urbano VIII, quien además de llevarlas en su escudo pontifical, se preocupó en persona de estudiar el comportamiento de esta especie de abejas que, al parecer, son únicas en el mundo.
Aún hoy, en el antiguo monasterio donde Rita vivió y murió como monja agustina, podemos encontrar a las abejas “murarias”, llamadas así porque habitan en los muros. Aunque la devoción popular ha preferido llamarlas “abejas de Santa Rita” por haberlas relacionado con aquellas misteriosas abejas que rodearon su cuna pocos días después de su bautismo.
Pero en Casia las “abejas de santa Rita” no sólo viven en los muros del monasterio, sino que también junto a éste. Así lo ha querido la Beata Teresa de Casia (Madre Teresa Fasce) que en 1938 fundó la “Colmena de Santa Rita”, una obra donde niños carenciados reciben ayuda para crecer fuertes, y emprender luego el vuelo de la vida.
Una pequeña que crece
El camino espiritual de Rita no comenzó con la vida monástica, sino que se inició el día de su bautismo y dando los primeros pasos en la fe junto a sus padres. Antonio y Amada fueron quienes asumieron con responsabilidad la misión de ayudar a levantar los sólidos cimientos de la profunda vida cristiana de la mística de Casia.
Junto a sus padres, Rita vivió las primeras experiencias de encuentro con Dios, ya sea en las celebraciones de la capilla de San Montano, como también en los momentos fuertes de oración familiar.
Rita fue creciendo en un hogar donde se respiraba paz. Pero en su entorno, tanto en Rocaporena como en Casia el ambiente social y político no era precisamente pacífico. Por esta razón Antonio y Amada se habían comprometido en la misión de sembrar la paz y por ello fueron llamados:
“pacificadores de Cristo”.
De sus padres Rita aprendió la difícil tarea de pacificar.
Al llegar a la edad de la juventud experimentó el llamado de Dios a la vida monástica y expresó su deseo de ingresar en la Orden de San Agustín. Pero sus padres, hijos de su tiempo al igual que nosotros, y considerando que lo mejor para su hija era contraer matrimonio, eligieron para ella un candidato, siguiendo las costumbres de la época.
Creyendo Rita que esta era la voluntad de Dios, lo aceptó de buen grado, sin saber que más tarde, llegaría a ser esposa de Cristo en el monasterio agustiniano de Santa María Magdalena.
Rita contrajo matrimonio con Pablo Mancini, propietario de un molino, casi en el límite entre Rocaporena y Casia.
Un sacerdote agustiniano, contemporáneo de nuestra santa, declaró: “Rita fue dada en matrimonio a un joven bien dispuesto pero resentido, del mismo lugar de Rocaporena”. Sin embargo otro testigo afirmó: “Pablo Mancini era un hombre honorable y de buena familia, pero muy diferente a Rita… en cuanto a las cualidades, genio y costumbres, hombre de trato difícil pero con gran reserva de generosidad”.
Rita amó a Pablo tal como era, intuyendo que en aquel hombre de carácter difícil, había un corazón generoso capaz de mucho amor.
Siguiendo el ejemplo de Santa Mónica, Rita esperó pacientemente el momento de la conversión de su esposo mientras lo ayudaba con sus oraciones y con su testimonio de vida cristiana.
Poco a poco y con la ayuda de Dios, el matrimonio Mancini-Lotti fue superando sus primeras crisis. Una vez fortalecido el vínculo, la relación se tornó más sana y respetuosa.
Finalmente Rita logró un matrimonio feliz. De aquel amor vio nacer a sus dos hijos: Juan Santiago y Pablo María.
Como madre cristiana, Rita educó a sus dos hijos en la fe. Junto a ellos y a su marido disfrutó de muchos momentos de alegría. Es fácil imaginarla feliz en las celebraciones de los sacramentos que recibieron Juan Santiago y Pablo María.
Felicidad que también sería grande cada domingo cuando concurrían juntos, como familia, a la celebración de la Misa en la iglesia de San Montano.
La mujer fuerte puso en Dios su esperanza…
Primeramente llegó la muerte de sus ancianos padres, la cual, no por esperada fue menos dolorosa. Cuando su corazón estaba preparado para otras pérdidas le trajeron la amarga noticia de que su esposo había sido asesinado, se sospecha que a causa de viejas rencillas.
El pueblo de Rocaporena había quedado consternado por tan alevoso crimen y se movilizó para acompañar en su pesar a la viuda de Mancini.
En presencia de todos los asistentes, Rita perdonó públicamente a los asesinos de su marido. Ella no sabía de rencores ni de odios. No había lugar en su corazón para sentimientos ruines de venganza. Después de darle sepultura Rita retornó con sus dos hijos a casa; seguramente lloró, pero abrazándose a la vida y a la esperanza. Dios sostenía a Rita y ella confiaba en Dios.
Rita, madre en el dolor y la oración
El asesinato de su marido trajo como consecuencia que sus hijos, ya adolescentes, se sintieran proclives a la venganza.
La familia de Pablo influía negativamente en los corazones de aquellos jóvenes. Rita, por su parte, había escondido la camisa ensangrentada de su esposo para evitar que los hijos se sintieran motivados a la venganza. Señalándoles el crucifijo los invitaba a perdonar como lo hizo Jesús.
Preocupada por la insistencia de ellos en vengar la muerte de su padre, rezó diciendo al Señor que prefería que los llevase antes que se convirtieran en homicidas.
Esta oración que se encuentra en el proceso de canonización, expresa lo máximo de su heroísmo, porque aún siendo una madre tan afectuosa, el temor de ofender a Dios, y el peligro de perderlos para siempre pudo más que todo otro sentimiento humano.
Patrona de los pobres y de los enfermos
Entre los más variados títulos con los cuales se venera a la Santa de Casia, está el de “Patrona de los pobres y de los enfermos”.
Una vez viuda y sin hijos, Rita no se encerró en su casa para auto-compadecerse, sino que enfrentó el sufrimiento sin evasiones ni estancamientos. En la aceptación y ofrenda de su dolor encontró la vía del amor y de la sanación interior, recuperando la alegría de servir a Jesús en el prójimo.
Rita viuda descubrió que esta nueva etapa de su vida le ofrecía un modo diverso de realización y de felicidad. Siguiendo el ejemplo de San Nicolás de Tolentino, Rita oraba por sus difuntos con inmensa ternura pero sin el dolor de quien piensa que los ha perdido para siempre, sino con la esperanza de reencontrarlos “en Aquel en quien nada se pierde”. (San Agustín).
La Santa de Rocaporena, cual mujer fuerte “guardó memoria a sus muertos y gastó en los vivos su tiempo”. (Himno de Santas Mujeres)
Acudía al “Lazareto” para visitar a los enfermos que allí encontraban refugio y atención.
Socorría a los pobres con quienes compartía sus bienes y consolaba a los tristes invitándolos a la esperanza.
Aún hoy, en el Santuario de Santa Rita en Rocaporena, se puede ver a modo de reliquia, un manto que le pertenecía y al cual renunció para dárselo a un necesitado.
Rodeado por el caserío y las montañas, casi al centro del valle, nos encontramos con “el Escollo”, una elevación rocosa llena de abundante vegetación.
Desde lo más alto del escollo se aprecia la belleza del paisaje y se experimenta una seductora invitación a la alabanza del Creador.
En la actualidad, los habitantes de Rocaporena se refieren a este lugar con distintos nombres, entre los más usados están: “Escollo de la oración”, “Escollo de Santa Rita”, “Escollo de la Esperanza”.
Conviene destacar que todas las maneras de llamarlo hacen referencia directa o indirectamente a la misma persona. Es tradición entre los rocanos decir que Rita subía al escollo para retirarse en oración, alimentando así la esperanza de ingresar en el monasterio de las agustinas de Casia.
Rita llevaba una vida tan rica en oración y en servicio al prójimo que no tardó en descubrir que en su interior estaba aún latente aquel viejo llamado a la vida religiosa.
Dejándose guiar por el Amor, encaminó sus pasos hacia su deseada Casia.
Al llegar al monasterio pidió ser admitida en él, pero encontró que en aquella comunidad había una parienta de su esposo, una tal catalina Mancini.
No olvidemos que los Mancini sentían un gran desprecio hacia Rita debido a que ella se opuso a la venganza, concediendo el perdón a los asesinos de su marido.
Por eso no debemos extrañarnos cuando la abadesa, temiendo poner en peligro la buena convivencia entre las hermanas, le negó a Rita su ingreso al monasterio.
Con esa respuesta no esperada regresó la Santa a las tareas de siempre. Sin resignarse ante la negativa acudió al Señor pidiéndole ayuda.
No rezó sola, sino que se dejó acompañar por la intercesión de sus santos más queridos: San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino.
Fortalecida con la gracia de Cristo y la oración de tan grandes compañeros, emprendió su camino a Casia una y otra vez.
Un día, después de varios intentos, viendo la abadesa la perseverancia de nuestra Santa, le manifestó que la pacificación de las familias podía ser, sin lugar a dudas, la llave que le abriría las puertas del monasterio.
Si bien esta respuesta parecía imposible de concretar, dado el endurecimiento de aquellos corazones, brilló para Rita una esperanza.
La paz que nace del perdón
Rita había visto muchas veces a sus padres embarcados en la difícil tarea de sembrar la paz. Ahora ella misma debía realizar lo que había visto y aprendido de Antonio y Amada.
Con la paciencia y la perseverancia de siempre asumió este nuevo desafío, dispuesta a encontrarse con las familias enemistadas para invitarlas al perdón y a la reconciliación.
Finalmente, después de muchos esfuerzos y oraciones, logró reunirlas en un abrazo de paz. Los pueblos de Rocaporena y de Casiarecordaron siempre aquel abrazo que puso fin a tanto rencor, odio y violencia.
Aquel acontecimiento fue el origen del título con que más tarde también se invocó a Rita llamándola “Santa de la paz y delperdón”.
Ahora ella tenía el camino libre para entrar en el monasterio.
Una vid prodigiosa
La tradición dice, que siendo Rita novicia, la superiora le pidió que regara, por obediencia, un sarmiento seco que se encontraba en el jardín y que cuidara de él. Ella lo hizo humildemente cada día. Al cabo de un tiempo el sarmiento seco retoñó transformándose en una lozana vid.
En la simbología ritiana la vid junto a un pozo alude a la obediencia de la Santa y a su fecundidad espiritual; porque ella, en efecto, como dice el Evangelio de San Juan, unida a Jesús, verdadera vid, es un sarmiento que produce mucho fruto.
La espina del amor
Durante la cuaresma del año 1425 un predicador franciscano, Giacomo della Marca, acudió a la Colegiata de Santa María de Casia, por haber sido invitado a predicar sobre la pasión del Señor. Debido a su buena fama de orador muchos acudieron a escucharlo.
Entre los oyentes estaba Rita, quien supo aprovechar bien aquella prédica que guardó en su corazón y meditó siempre.
Ella, que tanto contemplaba el crucifijo, se sintió profundamente tocada por la predicación del franciscano.
Años después, cuando llegó el viernes santo de 1432, hallándose Rita de rodillas ante la imagen del crucifijo (que aún hoy se encuentra en el sitio donde ella rezaba), mientras meditaba la pasión de Jesús, exclamó: “Señor, dame una espina, una de aquellas que traspasaron tu sagrada cabeza”.
La suplica fue tan sincera que el Señor le concedió a Rita una íntima participación en su pasión: la estigmatización en la frente mediante el don de la espina.
El período monacal de Rita, más aún toda su vida, se desarrollo en un momento muy crítico de la historia de la Iglesia Católica.
Período de grandes divisiones, escándalos, decadencia del papado. En ese momento, en el cual muchos optaron por separarse de la Iglesia, Rita prefirió manifestar públicamente su total adhesión.
Generalmente, cuando la Iglesia pasa por estas experiencias dolorosas que hacen tambalear la fe de los más débiles, una postura cómoda y poco comprometida puede ser esta: “entonces, yo también me voy”. Pero la fe de esta mujer fuerte era firme y madura.
Rita amaba a la Iglesia real y no “ideal”. La amaba, no porque ingenuamente la creyera perfecta, sino porque estaba convencida de la necesidad de conversión en cada uno de sus miembros.
Fue en ese contexto que surgió el peregrinaje a Roma que realizó junto con sus hermanas del monasterio.
De esta manera, y habiendo vivido su fe comunitariamente y en plena comunión con la Iglesia, Rita nos da ejemplo de amor y de unidad, porque supo decir con su vida: “aquí estoy”.
En su último invierno Jesús le regaló una rosa y dos higos
El prodigio de la rosa y de los higos aparece en diversos testimonios fidedignos recogidos en el proceso de beatificación en el año 1628.
Transcribimos parte del testimonio de una biografía de ese mismo año: “En el más áspero y riguroso invierno, y encontrándose todo cubierto de nieve, una prima de Rita fue a visitarla; al marcharse preguntó a Rita si de su casa necesitaba alguna cosa; Rita le respondió que deseaba una rosa y dos higos del huerto. La prima sonrió, creyendo que Rita deliraba a causa de la enfermedad y se marchó. Una vez llegada a casa, entró por casualidad en el huerto y vio entre la nieve un rosal que cargaba una hermosa rosa, y, sobre la planta, dos higos maduros. Perpleja por el cruel y frío invierno, viendo los frutos milagrosos, se los llevó a Rita”.
La rosa y los higos aparecen como sonrisas de Dios para aquella mujer que había sabido sobrellevar dolores y contradicciones, ofreciendo generosamente su vida al Amor.
Ahora florecía en ella la vida nueva de Jesús Resucitado, a quien había amado sin medida. Se iba cargada de frutos maduros como higuera bendecida y fecunda. Se iba como rosa que despide el buen aroma de Cristo.
El feliz tránsito de Santa Rita
Había pasado el invierno. La primavera apenas entrada esparcía el aroma de las ahora abundantes rosas.
En el monasterio una luz se estaba apagando para brillar luego aún con más intensidad en toda la Iglesia. Rita agoniza serena…
El buen Jesús y su Madre le conceden en visión la gracia de sus visitas como un anticipo del cielo. Por fin, Rita sonríe y expira.
Entonces las campanas de la ciudad comenzaron a anunciar, con prodigioso sonido, el inicio de numerosos portentos. Al momento se iluminó la habitación y un perfume inefable se esparció por todo el monasterio.
Apenas acaecido el tránsito de Rita, peregrinos de todas partes se acercaron para venerar su cuerpo. Muchos enfermos sanaron al instante con solo tocarlo.
Rita de Casia entró en la gloria con verdadera fama de santidad el 22 de mayo de 1447.
De inmediato el pueblo la llamó “santa” y la invocó como “abogada de los imposibles”. Maragarita Lotti (Rita de Casia), fue declarada beata el 22 de julio de 1628 por el papa Urbano VIII y canonizada el 24 de mayo de 1900 por el papa León XIII.
Hoy en día la devoción a Santa Rita es universal y sus favores espirituales y materiales son innumerables. La invocamos como“abogada de los imposibles” y “abogada de los casos desesperados”.
Pero no son solamente personas creyentes y fervorosas las que van al encuentro de Santa Rita, sino también personas débiles en la fe, quizás también incrédulos, que acuden atraídos por la gracia, la riqueza y la santidad de esta humilde mujer; de ella reciben consuelo, gracia y un sentido nuevo para sus vidas.
Dios la eligió para hacer de ella un signo vivo de su bondad, de su compasión y de su cariño para con todos nosotros.
En el segundo sarcófago de la Santa, realizado diez años después de su muerte, podemos leer el epitafio que reza así:
“Oh bienaventurada por virtud y fortaleza,
en éxtasis arrebatada por la Cruz,
donde sufriste dolores agudos,
tú dejaste las tristezas de este mundo,
para satisfacer tus ansias de vida y de luz.
Participando de esa pasión tan atroz,
¿qué mérito tan grande atribuirte?
Tú fuiste preferida a toda otra mujer
para recibir una de las espinas de Jesús.
.
Tú no esperabas algún premio terreno,
pues no querías otro tesoro fuera de Cristo,
al que toda te entregaste
Quince años la espina padeciste,
y no te pareció todavía estar preparada
para entrar en la vida gozosa”.
Este epitafio nos señala el momento cumbre del éxtasis mayor de Rita, la estigmatización en la frente mediante el don de la espina.
Estudios realizados por médicos el día 4 de abril de 1997, hallaron en la zona frontal del cuerpo de la Santa una fisura profunda.
Pero más que las pruebas interesa destacar el significado propio del signo, para darnos cuenta que el estigma de Rita expresa exteriormente su íntima unión con Jesucristo.
Es, como algunos ya han dicho, el desposorio místico de la Santa, su matrimonio espiritual que ha tocado la experiencia misma del éxtasis.
O, dicho en forma poética: Es el beso de Jesús en la frente de Rita.
Una reflexión teológica-espiritual acerca de las pinturas del segundo sarcófago de Santa Rita
Con la espina en la mano y gozo en el corazón
La pobreza de documentos escritos no es un problema para quienes pretendemos conocer más a fondo a Santa Rita. No lo es gracias a la riqueza pictórica que nos permite ahondar en su vida espiritual y tiene para nosotros valor documental.
Entre las muchas obras de arte ritiano merecen una especial mención las pinturas del segundo sarcófago de la Santa, realizado en el año 1457, es decir, diez años después de su muerte.
Con un estilo propio del 1400, esta obra, atribuida a Pablo de Visso, nos introduce en el corazón mismo de Rita, permitiéndonos un acercamiento más profundo a su rica espiritualidad.
En el centro del sarcófago podemos apreciar la figura de Jesús que está de pie dentro del sepulcro; sobre su cabeza tiene la corona de espinas y son visibles las llagas de sus manos y de su costado.
Está representado en el momento de la Pascua, paso de la muerte a la vida. Este Jesús, humillado y glorificado, es el centro de la espiritualidad de la Santa.
A la izquierda encontramos a Santa María Magdalena ofreciendo el ungüento al Señor, signo visible de que Jesús murió y fue sepultado.
Por otra parte, la misma presencia de María Magdalena junto al sepulcro nos evoca su encuentro con el Resucitado.
A la derecha está Santa Rita, vestida de monja agustina, con el hábito tal como se usaba en su época, bien distinto por cierto al que nos hemos acostumbrado a ver en las representaciones posteriores.
En su genialidad, el pintor profundamente inspirado, representa a Rita ya casi glorificada, irradiando rayos de luz desde su cabeza.
Ella que había compartido la pasión del Señor, le entrega el don de la espina, esperando participar con Él en su gloria.
Como es una constante en casi todas las representaciones de la Santa de Casia, se puede apreciar la llaga en su frente, pero, a diferencia de la gran mayoría sostiene la espina en la mano derecha y está haciendo el gesto de entregársela al Señor.
Esta diferencia significativa de la iconografía ritiana nos habla de la ya mencionada participación en la gloria de Cristo.
Es por eso que su rostro está radiante, sereno y gozoso, reflejando sabiduría y fuerza.
Sobre la tapa del sarcófago está representado el cuerpo extendido de la Santa con las manos en cruz en espera de la resurrección.
Junto a su cabeza podemos leer el epitafio que destaca las virtudes de la Santa.
pbro. Raúl Díaz Corbo
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